“La muerte es el inicio de una nueva vida en la cosmovisión indígena”, indicó Julio Pazos, investigador ecuatoriano. En la tradición indígena existen tres mundos, el ‘Hanan Pacha’, el ‘Kay Pacha’ y el ‘Uku Pacha’. El primero es el mundo superior, en el segundo habitan los vivos y en el tercero es conocido como el inframundo, en el que rondan las almas que no tienen cuerpo.
Es de este último mundo del que salen los espectros al ‘Kay Pacha’ para fastidiar a los vivos. Esto generalmente sucede en los lugares abandonados, explica Pazos.
En la cosmovisión andina, los tres pachas representan tres planos de existencia que son distintos, pero se interconectan por elementos tanto físicos como espirituales. Estos tres reinos formaron las bases de la religión y cosmovisión del hombre incario.
Tradiciones en las tumbas
Pazos explicó que, las tumbas antiguamente tenían una serie de artefactos de maíz para guardar la chicha, y rodear de esta manera al difunto para que no salga a molestar a los vivos.
La noche anterior al 2 de noviembre, en algunos cementerios indígenas acostumbran a llevar ofrendas hacia los muertos, que pueden ser panes, cuyes asados y una especie de chicha de uva que riegan en la tumba del difunto.
El paso a otro plano espiritual
La muerte no se considera una tragedia, sino que representa la conclusión de un ciclo de la vida. Para los indígenas es la continuación del ser en una totalidad universal, según explicó Víctor Bascopé.
Cuando alguien muere, los deudos realizan una serie de rituales, que se desarrollan antes y después del sepelio para ayudar al difunto a llegar hacia el “otro mundo” y a la familia a superar el dolor. Es así que realizan juegos funerarios a los pies del muerto en la última noche de vigilia, que varían.
Otro de los rituales que realizan es el ‘wantyai’, cuyo objetivo es invocar a los espíritus de los ancestros para que acompañen el alma hacia el palacio celestial.
Costumbres que se mantienen
Diego Rodríguez, antropólogo e investigador, mencionó que en comunidades de Otavalo, como Agato, aún mantienen tradiciones que son propias del mundo indígena, que se realizan el 1 de noviembre, en las que los niños se disfrazan de ángeles llevando campanas; ellos pasan por las casas y reciben panes con la forma de rosca, que entregan los adultos.
Se solían preparar en hornos públicos comunitarios.