En Ibarra, entre las calles Cristóbal Colón y Juan Montalvo, en plena esquina, se levanta una casa de fachada blanca, con un letrero donde destaca la palabra “Hojalatería”. Esta vivienda es el taller de Galo Otero Hinojosa, quien mantiene firme el oficio que le dio de vivir a su abuelo y padre.
A sus 59 años de edad lleva consigo una gran cantidad de saberes sobre la hojalatería, pero se mantiene firme a la idea de que esta actividad no tiene comparación cuando se la realiza de forma manual y artesanal.
La Tercera Generación
Galo cuenta que su abuelo inició con el oficio, y que su padre fue el siguiente. Ambos vieron en esta actividad una forma de subsistir. Fueron dos hombres comprometidos con su trabajo, y que se ingeniaron, cada uno en su época, la forma de salir adelante.
“Mi papá fue quien me enseñó sobre la hojalatería. Desde pequeño ya lo ayudaba, y con el tiempo aprendí. Jorge Humberto Otero Cobo fue su nombre. Fue muy ingenioso en lo que hacía, hizo varias herramientas que le ayudaron a cumplir con los encargos”.
Su abuelo y su padre usaron con destreza la fragua. Ahora es Galo quien mantiene encendida esta herramienta para moldear o “sacar filo” al hierro. Además, preserva con mucho cuidado una máquina dobladora, que tiene como elemento de su estructura un riel del ferrocarril.
Las Herramientas
La fragua y la máquina dobladora son la herencia y las principales herramientas que utiliza para realizar los encargos que recibe. Más que simples instrumentos de trabajo, representan la esencia misma de su oficio.
“La máquina dobladora nace del ingenio de mi papá. Le tomó tiempo terminarla, como unos seis meses. La base principal fueron dos rieles porque son acerados, y permite hacer un buen doblado. Él tenía amistades en el ferrocarril”.
Con respecto a la fragua, Galo es uno de los pocos personajes que hace uso de este proceso para moldear al hierro. “Unos 20 minutos me demoró en encenderla. Yo utilizo el carbón espino, que mantiene la llama. Sin embargo, ya no lo hago seguido, solo cuando hay pedidos grandes de barras, cinceles o picos”.
Esta actividad la cumple cada sábado, dependiendo del pedido, a las 5 de la mañana. Cumple el proceso que aprendió para dar forma o filo al hierro. “Al final nos queda un trabajo bien hecho y duradero. También, me queda el agua que se usa para templar, que no la desperdicio porque desde pequeño la tomo para los nervios, como lo dicen muchas personas”.
Mantendrá el Oficio
Galo tiene tres hijos, dos mujeres y un hombre. Cada uno siguió una profesión diferente, a pesar de esto, él se mantiene contento con lo que ha logrado. “Lo que hago es una forma de herencia. Hay otros hojalateros, pero ya tienen sus máquinas industriales y modernas, pero no es lo mismo”.
La hojalatería no es simplemente un oficio, sino un viaje impregnado de gratos recuerdos y experiencias. Con una mirada cargada de determinación, él comparte su firme intención de continuar hasta el final. “Todo oficio, cuando a uno le gusta, no es difícil. Pero si no le gusta, se le pone trabas y se vuelve hasta un malestar”.
