Mi encuentro con el distinguido profesor y escritor otavaleño, Luis Ubidia, fue una iniciativa de mi padre, Ángel Rueda Encalada, quien había sido su alumno en la escuela. Con gran respeto y admiración, siempre destacaba la sabiduría y dedicación de su antiguo maestro. Consciente de mi empeño en recopilar e investigar las tradiciones locales, un proyecto que él mismo me había motivado a iniciar, estaba convencido de que no había nadie mejor que su estimado amigo, don Luis Ubidia, para enriquecer y profundizar mi trabajo. Una entrevista que no solo inauguró una fructífera colaboración, sino que también reafirmó el profundo legado educativo y cultural que ha dejado el maestro en generaciones de otavaleños.
Una historia de puro terror
Entre los preciosos cuadernos que recibí de Luis Ubidia, la leyenda de “La bruja del Río El Tejar” fue la primera historia que elegí para compilar y ocupa un lugar muy especial en mi corazón. Este cautivador relato me atrapó desde el principio, por lo que no dudé en incluirlo y analizarlo en mi primer libro dedicado a las leyendas de Otavalo. Estoy segura de que esta historia, con su trama envolvente, capturará la imaginación de los lectores y los transportará a un mundo donde lo mítico y lo cotidiano se entrelazan de manera extraordinaria.
Hace muchos años atrás, en la ciudad de Otavalo, el Río El Tejar servía como centro de actividades diarias para muchas mujeres y amas de casa del área. En la mañana, utilizaban sus aguas abundantes y cristalinas no solo para lavar la ropa, sino también como un espacio para el baño. Además, era un punto de encuentro social donde las mujeres compartían experiencias, consejos y relatos mientras realizaban sus labores. Esta interacción fortalecía los lazos comunitarios y permitía la transmisión de conocimientos y tradiciones locales de generación en generación.
Este espacio, en la noche, se transformaba en un lugar lúgubre y tétrico. El río emitía un ruido atronador, un murmullo incesante que obligaba a quienes cruzaban por el puente a mirar inevitablemente hacia sus turbulentas aguas. Pero existía una razón más profunda y siniestra para el miedo que inspiraba el sitio.
Según cuentan, junto al río Tejar residía una bruja de una belleza sin igual. Esta enigmática figura poseía un aura de misterio que envolvía todo su ser y su presencia era tanto cautivadora como intimidante. Su silueta esbelta se dibujaba contra el oscuro lienzo de la noche y sus ojos profundos y penetrantes eran capaces de mirar directo al alma. Cada noche, a las 12, la mujer surgía de entre las sombras, como si se desprendiera de la oscuridad misma.
Su propósito era claro: castigar a los borrachos e infieles que osaban perturbar la paz de su dominio fluvial. Con pasos silenciosos se deslizaba entre la oscuridad, vigilando el puente y las riberas que marcaban los límites de su territorio sagrado. Cuando detectaba a los ebrios intentando cruzar el puente, se transformaba en una visión aterradora: un ente humanoide envuelto en llamas ardientes que danzaban al son del viento nocturno. Los desafortunados, consumidos por el terror al ver tal aparición, recobraban la sobriedad al instante y, en un intento desesperado por escapar, corrían a través del puente. Algunos lograban alcanzar el otro lado, pero muchos tropezaban y caían en las gélidas aguas del río, desapareciendo para siempre en su abrazo mortal.
Para los desleales
Para los hombres desleales que atravesaban el puente, la bruja adoptaba una forma seductora y fatal. A mitad del camino, aparecía envuelta en un halo de misteriosa belleza, con una sonrisa que prometía placeres desconocidos.