Lo ocurrido la madrugada del lunes en la autopista general Rumiñahui, a la altura del puente 8, nos deja una breve reflexión, sobre lo frágil que puede ser la vida, independientemente de quien seas, o a quien representes. La muerte no distingue, ni tiene preferencias, ni otorga licencias, ni tiene fecha de caducidad. Todos morimos en algún momento. Pero también es oportuno aclarar que nosotros somos vulnerables a tentar a la muerte con nuestras acciones. En este caso particular, se menciona la irresponsabilidad del conductor quien viajaba en el automóvil en estado etílico. Conducir en estas condiciones no solo pone en riesgo la vida del piloto, sino también la de otras personas inocentes. El alcohol disminuye los reflejos, la atención y el juicio, lo que aumenta significativamente la posibilidad de accidentes. La responsabilidad y la prudencia deben prevalecer para evitar tragedias irreparables, como la que ahora lamenta el balompié local.