Las huellas que toda madre deja en sus hijos son aquellas señales que se graban en lo más profundo del ser humano, son las que marcan las vidas, no solamente por el legado genético, sino por aquella manera vivencial del día a día, en la que se impregnan recuerdos eternos de caricias imperecederas, de mimos encantadores, de canciones, melodías, susurros y cuentos que estarán por siempre en su ser.
La huella maternal es eterna, se la percibe a diario, se la vive en cada acto de la vida, se camina por unas huellas indelebles que orientan el camino a tu destino.
Las caricias de la madre son el equivalente a aquel toque divino, la mano de Dios que procura alivio a dolencias, sosiega pesares, calma todo tipo de males, desparrama amor del más puro para generar paz y sanidad.
El pan que te brinda tu madre, es el mismo maná desparramado del cielo, aquel alimento celestial que calma el hambre y sosiega pesares, es la medicina natural de la botica maternal.
El beso de la madre es el mismo soplo divino que genera vida, es aquel aliento lleno de paz y bienestar.
Constructora de la fortaleza del hogar y forjadora de espíritus valientes en su prole, alegra la vida familiar y procura su bienestar duradero, es una luchadora, una guerrera del amor.
Tu partida deja un vacío inmenso, el que se llenará con tus recuerdos.