Sesenta años después de la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial, Ecuador enfrenta un espejo incómodo. Las recientes manifestaciones del movimiento indígena no solo evidenciaron demandas legítimas; destaparon el racismo estructural que la sociedad mestiza ha normalizado durante generaciones. En redes sociales y conversaciones cotidianas afloró un discurso de odio que muchos creían superado. Expresiones despectivas, descalificaciones étnicas y negación del derecho a la protesta revelaron que el racismo mestizo no es vestigio colonial, sino práctica vigente que emerge violentamente cuando los históricamente subalternizados reclaman derechos. Este momento exige autocrítica nacional. No bastan leyes antidiscriminatorias si el racismo se ejerce impunemente. Ecuador se declara plurinacional pero criminaliza y racializa la protesta indígena. Superar esta contradicción requiere transformaciones profundas en educación, instituciones y actitudes cotidianas.