El reciente embate de oleajes extremos en las costas ecuatorianas es más que un fenómeno aislado: es una voz de alarma que la naturaleza nos envía sobre la realidad del cambio climático. Desde El Oro hasta Esmeraldas y las Galápagos, nuestro litoral ha sido testigo de una inusual fuerza marina que amenaza no solo la infraestructura costera, sino también la subsistencia de comunidades pesqueras enteras. Las banderas rojas izadas en las playas de surf de San Cristóbal son un símbolo visible de esta crisis climática que ya no podemos ignorar. Mientras las olas golpean con furia inusitada las costas de Santa Elena, Guayas y Manabí, los pescadores artesanales ven sus actividades paralizadas, evidenciando cómo el cambio climático afecta directamente la seguridad alimentaria y la economía local se fortalece en el turismo. También nos recuerda que el cambio climático no es una amenaza, sino una realidad.