Escucha la leyenda.
Unos le dicen Carbunco, otros, Carbunclo. Unos le llaman “el perro del diablo”, otros, “el guardián del diamante”.
En las noches más oscuras y en los rincones más desolados de Mira, en la provincia de Carchi, aparecía una criatura extraña, cuya apariencia evocaba la de un perro de gran tamaño. Su característica más distintiva era una gema que llevaba en su frente y brillaba intensamente. Nada más y nada menos que un diamante de incalculable valor que atraía y seducía a los ambiciosos que buscaban arrancarle el talismán. Conseguirlo no era una tarea fácil, porque el animal poseía una astucia sobrenatural. Era un trabajo solo para los audaces, valientes y ambiciosos, aquellos que lograban vencer el miedo que provocaba su sola aparición.
Para engañar al Carbunco, los osados buscadores de fortuna debían utilizar una táctica simple pero efectiva: lanzarle una manta que cubriera su cuerpo. La criatura, al sentir el contacto inesperado del tejido, experimentaba una confusión momentánea y dejaba su cabeza al descubierto. Este espacio de tiempo era crucial y requería precisión y valor para actuar rápidamente y despojar al animal de su preciado brillante incrustado en la frente.
Quien lograba obtener el lucero debía tomar precauciones extremas, esconderlo en el lugar más oculto y seguro de su hogar, asegurándose de atrancar y reforzar las puertas y las ventanas para que la criatura no pudiera entrar, pues ella, con una habilidad casi mágica, localizaba la casa de la persona que le había despojado de su riqueza y se dirigía hacia allí con fuerza y precipitación.
Una vez que la criatura lograba infiltrarse en la vivienda, buscaba al usurpador y con una voz que resonaba desde el más allá, le decía: “Devuélveme mi luz. Si lo haces, te concederé cualquier deseo”. Ante tal oferta, el humano consumido por el miedo, la codicia y la ambición, solía pedirle fortuna y bienes materiales. El Carbunco, cumpliendo su promesa, recuperaba su tesoro y transformaba la vida del hombre de forma instantánea. Quien había osado enfrentarse al animal se convertía ahora en un hombre muy acaudalado, con hermosas casas, carros lujosos y fincas grandes. Lo que no sabía es que esa riqueza venía también acompañada de maldiciones, desgracias y muertes, que eran el pago a su ambición.
En cierta ocasión, un campesino de Mira, preocupado por el canal de riego de su cultivo, salió al campo en medio de la noche. La temperatura había descendido más de lo normal y el frío era tan intenso que su poncho apenas le proporcionaba suficiente abrigo. Tomó una linterna y una pala y caminó con paso firme hacia el canal que alimentaba el terreno. Sus manos estaban entumecidas y lo que más le sorprendía era el silencio y la quietud de la noche. Entonces, para entrar en calor, empezó a caminar más rápido y a tararear una melodía que era de su agrado.
Al llegar al canal inspeccionó el flujo de agua con su linterna y supo que tendría que trabajar con prisa para evitar que la basura bloqueara el flujo de agua y hubiera riesgos en la cosecha. De pronto, el hombre divisó a lo lejos, en medio de la oscuridad, una luz brillante que se acercaba lentamente hacia él. Un ligero escalofrío le recorrió el cuerpo y se preguntó qué clase de objeto o animal podría ser. Se frotó los ojos para ver si era una simple ilusión. No, no lo era. La aparición se aproximaba aún más.
Cuando la luz estuvo lo suficientemente cerca, el campesino pudo distinguir claramente su forma. No era un espectro o un fantasma. Se sintió aliviado, era un animal que guardaba gran parecido con un perro. Su pelaje era de un negro tan oscuro, como si hubiera absorbido toda la negrura de la noche. En su frente tenía un punto de luminosidad que brillaba con intensidad. El animal, contra todo pronóstico, no se mostraba feroz. Por el contrario, estaba calmado. Aún así, el hombre se paralizó del miedo. Quería correr, pero sus piernas no le obedecían. Quería gritar, pero tampoco pudo hacerlo.
La aparición se paró frente a él. El campesino no podía desviar su mirada de la luz incrustada en la frente del Carbunco. Se encomendó, a las benditas almas del purgatorio, implorando su protección en aquella noche tétrica. Después de hacerlo, vio cómo la criatura giraba lentamente sobre sus pasos con movimientos silenciosos y se alejaba del lugar, perdiéndose entre las sombras de los árboles y arbustos. Entonces, respiró hondo y poco a poco el miedo que le había helado la sangre comenzó a ceder, sintiéndose más tranquilo.
Trabajó por largo tiempo en el canal, pero su mente estaba atormentada por el recuerdo tenebroso del animal. Cada ruido inesperado le ponía nervioso. Cada sombra que se movía le sobresaltaba. Tenía pánico que la criatura pudiera aparecer de nuevo. Finalmente, tras asegurarse de que el canal quedaba completamente limpio y en funcionamiento, el campesino no perdió un segundo más en el campo y empezó a correr y correr hacia su casa, sintiendo bajo sus pies el eco de cada zancada que lo alejaba del Carbunco y lo acercaba a la seguridad de su hogar.