Vivimos en una paradoja tecnológica fascinante. Mientras celebramos que nuestros automóviles superen en complejidad de código a los aviones de combate, y nos maravillamos ante refrigeradores que ordenan leche por sí solos, permanecemos ajenos a los centros de datos que hacen posible esta revolución silenciosa. Martin Olsen, de Vertiv, acierta al señalar que subestimamos estos colosos tecnológicos. No son meros servidores empresariales; son los latidos digitales de nuestra civilización. Cada transacción bancaria, cada notificación que vibra en nuestro bolsillo, cada búsqueda nocturna en internet, fluye a través de estas catedrales de procesamiento. La educación digital ciudadana no debería limitarse a enseñar aplicaciones, sino a comprender la infraestructura que sustenta nuestra existencia conectada. Conocer cómo funcionan los centros de datos es comprender el presente y anticipar el futuro de una sociedad que ya no puede concebirse sin información.