Casi todos los candidatos la nombraron en el debate y hasta le delegaron funciones. La inteligencia artificial avanza a pasos agigantados, transformando industrias y mejorando la calidad de vida. Sin embargo, este progreso no está exento de desafíos. Uno de los mayores temores es cómo compensar el talento humano con la automatización, lo que podría ampliar la brecha social y económica. Además, la IA plantea dilemas éticos: ¿quién asume la responsabilidad cuando un sistema falla? ¿Cómo garantizamos que no se utilice con fines malintencionados? El miedo a lo desconocido también juega un papel crucial. Películas y relatos distópicos han alimentado la idea de que las máquinas podrían superar al ser humano, pero la realidad es más compleja. La clave está en la regulación y la educación. Debemos fomentar un desarrollo ético y transparente de la IA, asegurando que sirva al bien común. El futuro no está escrito.